Ya casi se escuchan las doce campanadas que cierran el 2018 y a su compás solemos brindar por un año venidero lleno de logros, salud, abundancia, paz, etc., y con esto se abre el espacio para reflexionar sobre lo que nos dejó este año y las expectativas para el que comienza.
Solemos proyectar objetivos y metas de toda índole: Perder peso y hacer ejercicio para una mejor salud, ahorrar para unas próximas vacaciones, echar a andar ese negocio que queremos, estudiar esto u aquello, en fin, agregamos y agregamos sueños, que sin un plan, al igual que este año, no se logran materializar dejándonos un sentimiento de frustración y desánimo.
Pero, ¿por qué sucumbimos en el intento o no logramos materializar nuestros planes? Las respuestas pueden ser múltiples y variadas, sin embargo, hay patrones de conducta y de pensamiento que repetimos y nos alejan de eso que sí queremos.
Creo que el fin de año no es el mejor momento para reflexionar ni generar nuevas expectativas. Como ya lo comenté en otro post, nuestras emociones y sentimientos están a flor de piel, decir que un año se va, per se, significa una pérdida; nuestras sensaciones y sentimientos están trepados en la montaña rusa, nos movemos de la alegría a la nostalgia, tanto por aquello que nos fue posible alcanzar como por todas esas cosas que se quedaron pendientes.
En este maremoto emocional, no es posible hacer un buen balance del año que termina porque quizá la emotividad nos lleve a un estilo de pensamiento desigualador, centrándonos en todo aquello que no pudimos lograr o lo que nos faltó, y mucho menos plantearnos nuevos, realistas y alcanzables objetivos.
Por tanto, y desde mi observador, hay que esperar un tiempo prudente para retomar los retos, quizá entre 15 y 30 días para tener tiempo suficiente de asentarnos emocionalmente. Como escribiera el poeta Rumi,
“Aquietar el mar de emociones en el que nos vemos inmersos, para tratar de silenciar nuestra mente de lo que viene desde afuera y conectarnos con nuestra interioridad, con una escucha de nuestras necesidades profundas que va a indicarnos el camino a seguir”
Ahora sí, después de darnos ese tiempo para interiorizar toma lápiz y papel para poder hacer un pequeño balance de lo sucedido en el año transcurrido, pregúntate: ¿cuáles fueron mis logros en el 2018?, ¿qué tuve que vencer para lograrlo?, ¿qué aprendizaje me dejaron mis errores?
Enseguida, y con un estilo de pensamiento de acercamiento, puedes comenzar a trabajar con esos planes y objetivos a futuro, igualmente, toma lápiz y papel y responde las siguientes preguntas:
¿Qué deseo lograr este año? –esto representaría una gran victoria-
¿En cuantos pequeños objetivos debo fraccionar mi meta? –plantéate pequeños retos-
¿En cuánto tiempo lo quiero lograr? -ponle una fecha de inicio y finalización-
¿Depende de mi conquistar esa meta o depende de alguien más? –si depende de alguien más o está fuera de tu área de control, sugiero replantees tu meta-
¿Es realista y alcanzable mi meta?
¿Con qué recursos, habilidades y/o talentos cuento para lograrlo?
Esto que deseo conquistar ¿afectaría de forma negativa a alguna persona?
Del 1 al 10 ¿qué tan comprometido estoy con esta meta?
¿En verdad vale la pena luchar por conseguir eso que quiero?¿Qué me motiva a hacerlo?
Por último, escribe ¿cuáles serían los dos primeros pasos que tendrías que dar para ponerte en marcha en pos de tus sueños?
Como habrás podido observar, estas son preguntas simples, más son tus respuestas las que tienen un gran contenido y valor para materializar eso que quieres lograr. ¿Te las habías planteado antes?
Te invito a realizar este ejercicio con calma, compromiso y verdad. Y recuerda que ¡Las grandes victorias son la suma de los pequeños retos!
Se paciente, se flexible, comprométete contigo mismo, se tolerante, aplaude tus logros, ámate y perdónate cualquier falla para no sucumbir en el intento.
Ahora sí con toda seguridad te puedo desear un ¡Feliz y próspero año nuevo!
Mariluz Ortiz Martínez
Coach Personal, Terapeuta Emocional y Tanatóloga